DEPENDENCIA EMOCIONAL. La historia de Mari y Miedo.

LA HISTORIA DE MARI Y MIEDO.

En una de esas visitas que hacía al parque, me encontré nuevamente con Mari. Ella solía estar sentada en un banco, ensimismada y entusiasmada con sus álbumes de fotos, recuerdos e ilusiones. Le gustaba pensar en el futuro y esperaba impaciente los momentos felices que su imaginación le dibujaba siempre al lado de algún caballero amable y dispuesto a colmarla de halagos, caricias y versos. Mari se mostraba inquieta, coqueta y despistada, de hecho, rara vez se percataba de mi presencia en el banco. Yo simplemente la observaba, con cariño y sin ningún propósito…

En algunas ocasiones, las esperanzas y anhelos de Mari no se veían cumplidos. Cuando alguno de sus caballeros no acudía puntualmente a las citas, se mostraba descortés y desinteresado o mentía, la vida rosa de Mari se teñía de tristeza y furia, dando paso y lugar al negro Miedo. Cualquier esperado y amado caballero de Mari, se podía convertir en una amenaza para la razón de ser y existir de Miedo.

Miedo se sentaba junto a mí. Absorto en su sensación de insuficiencia y de falta de sentido, tampoco se percataba de mi presencia en el banco. Soñaba con ser una mejor versión de sí mismo, con ser abrazado y digno de amor. A veces, pensaba en huir donde nadie pudiese encontrarle, a la vez que añoraba ser querido, valorado y admirado. Yo simplemente le observaba, con cariño y sin ningún propósito…y solía ocurrir que finalmente, Miedo levantaba la vista, y percatándose de mi presencia amistosa, se fundía conmigo en un abrazo de aceptación y paz, dejando atrás todas sus ambiciones de ser alguien para alguien más. Se sabía ahora amado en presencia de sí mismo.

…Y es que en nuestras relaciones podemos encontrar el infierno y el cielo, nuestras mayores alegrías y nuestras más profundas desdichas. No creo que sea fácil encontrar una persona adulta que nunca haya sufrido por amor, pero…¿es el amor un sentimiento doloroso?.

En nuestra sociedad está instalada y normalizada una visión romántica del amor en la que canciones y frases como “no puedo vivir sin ti…no hay manera” o “sin ti no soy nada…”, se reciben en forma de halagos y “abono” para a la autoestima del ser amado (no siendo de extrañar que finalmente acaben ambos amantes metidos hasta el cuello en tal “abono”).

A veces, nuestro amor se convierte en miedo a perder o sufrir, y en sentimientos de soledad, incapacidad, culpa o rechazo, pero los humanos seguimos culpando al amor de nuestros males y mirando hacia la persona amada como su causante, en lugar de poner nombre a lo que realmente nos ocurre, pues no parece muy “cool” pedirle a alguien que “por favor siga llenando tu vacío existencial” o “sosteniendo tu amor propio”, aunque esta sea la dura realidad.

Conocer realmente a alguien, sin máscaras, tolerar sus “defectos” y comprenderlos, establecer nuestros límites de forma asertiva y respetar los suyos, valorar su espacio y libertad, hacer respetar nuestro tiempo, gestionar emociones desagradables y conflictos, echar de menos o de más, adecuar nuestras expectativas e ilusiones a la realidad de la relación, cultivar la confianza, superar crisis, aceptar opiniones y valores, acompañar en procesos de cambio y transformación, etc., son tareas difíciles que ponen constantemente a prueba nuestra entereza y estabilidad personal.

Schore (1994) estudia como el cerebro va moldeándose (movilizando circuitos neuronales), por personas cercanas y las relaciones que mantenemos con ellas, en especial las dolorosas. Así pues, una mala experiencia amorosa o familiar puede provocar una cierta configuración en nuestro sistema cerebral. Varios estudios muestran como nuestras primeras relaciones afectivas (principalmente con los padres o primeros cuidadores) son las generadoras de nuestras futuras actuaciones en relaciones interpersonales. A su vez, el rechazo, la discriminación o el abandono pueden producir dependencia; todos esperamos conectar con personas en el transcurso de nuestra vida, pero cuando en una relación importante para nosotros no nos prestan la suficiente atención, o el otro no asume su parte de compromiso, se genera un sentimiento de desamparo que puede favorecer la dependencia emocional en el futuro (Goleman, 2006).

Son varias las investigaciones que analizan lo que ocurre en el cerebro cuando estamos enamorados o cuando somos rechazados, y se ha encontrado que entran en juego circuitos cerebrales y sustancias químicas que modulan los estados de placer y dolor (emocional o físico), tal como ocurre en las adicciones. La sensación de sentirse amado se asemeja al placer de los opiáceos. Es decir, toda relación amorosa positiva provoca en los circuitos cerebrales la misma sensación de placer que las drogas más sintéticas (Jaak Panksepp, 1998)

Aquí puede verse el video de la antropóloga Helen Fisher que aborda el tema del amor explicando su evolución, sus fundamentos bioquímicos y su importancia social.

Con toda esta base filogenética, neurológica y social, es entendible que construir una relación sana sea algo complicado, pero sin duda, nuestros aciertos y errores en esta tarea son una gran fuente de aprendizaje y maduración, una oportunidad para realizarnos y vivir como personas más completas, más libres y más felices.

El amor no es algo natural, sino que requiere disciplina, concentración, paciencia, fe y la derrota del narcisismo. No es un sentimiento, es una práctica.

Erich Fromm, autor del libro «El arte de amar».

Según el investigador Jesús Aiquipa (2012), la mitad de la consulta psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica interpersonal, principalmente con la pareja. Cuando se traspasan ciertos límites de dolor, sufrimiento y confusión en nuestras relaciones, podemos comenzar a plantearnos si es amor lo que realmente sentimos o si sufrimos dependencia emocional.

¿Qué es la dependencia emocional?

Jorge Castelló (2010), es uno de los autores españoles que más la han estudiado, y la define como un “patrón persistente de necesidades emocionales insatisfechas que se intentan cubrir desadaptativamente con otras personas”. Es decir, la persona dependiente vuelca en sus relaciones gran parte de sus carencias, inseguridades y expectativas (posiblemente irreales), esperando que sea otra persona, normalmente una pareja, quien atienda y cubra esas necesidades. Las demandas afectivas del dependiente suelen verse frustradas, creando paulatinamente relaciones dolorosas repletas de vacío, miedo al abandono y sentimientos de indefensión e impotencia, que a la vez tratan de ser anestesiados y calmados con la propia relación. De esta forma, se crea un círculo destructivo en el que la dependencia suele ir en aumento, pudiendo ser muy sutil o difícilmente apreciable en sus momentos iniciales, tal y como ocurre en las adicciones a sustancias o adicciones sin sustancia (juego patológico, compras compulsivas, adición al móvil o internet, adicción al trabajo, etc.). Es por esto por lo que la dependencia afectiva es llamada también adicción al amor o adicción a una persona.

¿Qué porcentaje de personas lo sufren?

A pesar de que la dependencia emocional no está considerada en ningún manual relevante de Psicología, ni en ninguna guía de trastornos de la salud mental, y de existir muy pocos estudios científicos sobre este asunto, en 2004 estaba presente en más del 12% de la población general y hasta un 8,66% lo padecían de forma severa (Sirvent, Moral, Blanco y Palacios, 2004).

Sirvent y Moral (2007), afirman que en España se declara dependiente emocional el 49.3% de las personas entrevistadas, siendo más frecuente en mujeres. No en vano, el Instituto Andaluz de Sexología y Psicología se refiere a la dependencia emocional como “la nueva esclavitud del siglo XXI”, y en su página podemos encontrar más datos estadísticos que justifican esta afirmación.

¿Cómo podemos identificarla?

La dependencia emocional comparte con las demás adicciones los siguientes aspectos:

– Conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativo: A medida que la dependencia emocional avanza, la persona empieza a experimentar sentimientos desagradables y sus relaciones van volviéndose cada vez más conflictivas. La tristeza, la ansiedad, el miedo al abandono, la culpa y los celos comienzan a desgastar su vida. La confusión va en aumento y los pensamientos se tornan caóticos, desordenados y obsesivos.

Son muchas las personas que deciden pedir ayuda psicológica cuando el sufrimiento que les produce la relación se vuelve intolerable. Si encuentran un profesional capacitado para tratar la dependencia afectiva, que sepa identificarla y conozca como abordarla, la persona puede comenzar su proceso de recuperación.

“Recuerdo que desde joven siempre hubo mucho dolor y confusión en mis relaciones. Después de una primera etapa feliz con mis parejas, comienzo a tener miles de dudas y obsesiones sobre ellas y empiezo a actuar de tal forma que, sin querer, las aparto de mi lado…como si yo mismo sabotease la relación. Me costó bastante entender que era dependiente y que tenía miedo al abandono. Ahora soy capaz de reconocer cuando caigo en un patrón de dependencia y con ayuda he conseguido no destruir la relación ni a mi mismo.”

Roberto, 48años

-Tolerancia o voracidad de cariño y de amor: La necesidad de amor, reconocimiento y atención es creciente e insaciable, y la persona dependiente comienza a actuar como un “saco roto”. Su miedo, su desconfianza y sus carencias parecen ser mayores que el sustento que puede recibir de su pareja o del mundo. Así, comienza a crearse un balance negativo que le genera ansiedad y consume su amor propio, fomentándose la búsqueda infructuosa de amor en la o las personas del entorno.

En las adicciones con sustancia, entendemos la “tolerancia” como una necesidad cada vez mayor de la droga para conseguir la intoxicación o el efecto deseado. El efecto de la sustancia disminuye con su consumo continuado.

Síndrome de abstinencia: Igual que el adicto a una droga la necesita para aliviar o evitar los síntomas de abstinencia, la persona adicta al amor de otra de persona teme enormemente su perdida por el dolor físico y emocional que le pueda reportar. Síntomas como dolor profundo en pecho, falta de aire, alteraciones del apetito, del peso y del sueño, dolores de cabeza y estómago, incapacidad de concentración, nerviosismo, tristeza, irritabilidad y pensamientos autodestructivos, constituyen el síndrome de abstinencia de la persona dependiente.

Este malestar ya se encontraba anteriormente (en menor medida) en la relación, pero una vez que el amor del otro falta, el síndrome se acentúa a niveles tan intolerables que el dependiente busca, en ocasiones de forma desesperada, retomar la relación de pareja. Este regreso a la relación no es fruto de una decisión madura, amorosa y racional, como pueda ocurrir en relaciones menos dependiente, sino que es en base a una necesidad que la “nueva relación” seguirá siendo incapaz de cubrir. Es por esto por lo que las relaciones dependientes están llenas de rupturas y reconciliaciones.

Se realizan esfuerzos infructuosos por controlar o interrumpir la adicción. Existe un deseo persistente de deshacerse del malestar que la relación crea, a la vez que se siente gran incapacidad para romper ataduras. Este conflicto psicológico mantenido en el tiempo acaba por bloquear al dependiente, sumergiéndole en un estado de indefensión e incapacidad.

“Después de seis años en una relación muy dañina, le había contado en tantas ocasiones a mis familiares y amigos la cantidad de veces que habíamos roto, que ya me daba verdadera vergüenza contarles que había vuelto con él otra vez a pesar de tantas lágrimas. Sentía que me juzgaban y ellos mismos me decían que ya no tenían más consejos que darme. Empecé a ocultarles que nos estábamos viendo de nuevo, dejando de lado amistades que realmente me querían y mintiendo a mis familiares. Ahora volvía a tenerle a él, pero la relación seguía siendo angustiosa y me sentía más sola que nunca.”

Silvia, 26años

Reducción o abandono de importantes actividades sociales, laborales o recreativas debido a la adicción. Se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con la pareja. Se tiende a querer estar con ella la mayor parte del tiempo y el resto de relaciones pasan a un segundo plano. Aunque el dependiente no esté con la pareja, sus pensamientos están invadidos por ella, y en el peor de los casos, esos pensamientos toman forma de preocupación; donde estará, con quien, creo que me quiere dejar, lo que me dijo ayer…, ya no me quiere como antes, y si le dejo y me arrepiento, etc.  Aquí entran en juego las nuevas tecnologías y el abuso de aplicaciones y redes sociales, a través de las cuales podemos estar al tanto de la vida del otro de forma sencilla, así como de su hora de conexión y estado, llegando fácilmente a convertirse en una obsesión. Esto conlleva un desgaste mental y emocional que puede producir un deterioro en actividades importantes como trabajo o estudios.

“Cuando no tengo pareja soy una persona muy vital, sociable e independiente. Cuando tengo pareja siempre me vuelco mucho en ella, me vuelvo preocupadiza y cerrada. Es como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para ser feliz y eso me acaba agotando. En muchos momentos me arrepiento de haber comenzado la relación, pero no se como dejarla y no tengo un motivo real para abandonar a mi pareja”.

Elena, 34años.

Comorbilidad: Trastornos del sueño, ansiedad y estrés, problemas de alimentación, abuso de sustancias, pensamiento obsesivo, depresión e ideación suicida, son algunas de las patologías que pueden cursar junto a la dependencia emocional en sus estados más graves. La persona dependiente continúa buscando arreglar o mantener la relación a pesar de tener conciencia de problemas psicológicos o físicos reiterativos o persistentes que parecen causados o acrecentados por ella.

¿Quieres formar parte de un grupo de apoyo online para dependencia emocional? Todos los miércoles de 19:30 a 21. Más información e inscripciones 644719120. Irene Pacheco

¿Una “piedra” en el camino? ¿O una oportunidad?

Hay ciertas “actitudes dependientes” que se corrigen o modifican de forma natural y progresiva a lo largo de la vida gracias al proceso de maduración y aprendizaje (por ejemplo, en el paso de la etapa adolescente o joven a la edad adulta). También existen teorías que sostienen que la persona que ha sufrido en algún momento de su vida una adicción o dependencia “importante”, debe mantener la alerta de por vida, ya que esos patrones se encuentran muy instalados en su ser, y en el momento en el que se den unas circunstancias determinadas, pueden volver a reactivarse y repetirse. No sabemos a ciencia cierta la veracidad de esta afirmación, pero si sabemos que la recuperación de una dependencia es posible.

Existen varios libros de autoayuda que pueden resultar de utilidad para entender la dependencia, y algunos incluyen pasos a seguir para superarla. También hay grupos de apoyo cuyo objetivo es que los participantes desarrollen habilidades y adquieran las herramientas necesarias para hacerle frente y construir su autonomía personal. La agrupación MAQAD- Personas anónimas que aman demasiado, es una de las asociaciones que mayor número de grupos de autoayuda ofrece en diferentes ciudades de España, y se basa en un Programa de Recuperación de Diez Pasos, inspirado en el libro “Mujeres que Aman Demasiado” de Robin Norwood. Estos grupos no sustituyen una terapia psicológica individual para los casos moderados o severos, cuando el sufrimiento de una ruptura o de mantener una relación dependiente interfiere notablemente en la vida cotidiana.

Para superar la dependencia emocional y recuperar la autonomía perdida, es necesario tener la valentía de profundizar en uno/a mismo/a y ser sincero/a con aquello que pensamos y sentimos, a pesar del dolor que nos pueda causar esta verdad.

¿A que le tengo miedo?¿Qué parte de mí se niega a soltar la relación?¿Para qué me estoy apegando a esta persona?¿Cuánto amor me tengo a mi? ¿Qué estoy ocultando tras esta dependencia? ¿Soy capaz de querer y aceptar al otro como es y respetar su libertad y sus decisiones? ¿Por qué me duele tanto el abandono, la pérdida o el rechazo? ¿Quiero realmente comenzar a vivir de forma autónoma?

Si nos atrevemos a adentrarnos en el proceso de recuperación, nos daremos la oportunidad de adquirir mayor fortaleza personal, autoconocimiento, seguridad y amor propio. Al finalizar este reto, seguramente seamos una persona con mayor capacidad de amar, y eso, sin duda, cambia el rumbo de nuestra historia…

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La Fábula de los monjes y la mujer

Érase una vez, dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso a su monasterio. En su camino debían de cruzar un río, en el que se encontraron llorando una mujer joven y hermosa que también quería, pero tenía miedo.

– ¿Que sucede? – le preguntó el monje más anciano.

– Señor, mi madre se muere. Está sola en su casa, al otro lado del río. He intentado cruzar – siguió la mujer – pero me arrastra la corriente y no podré llegar al otro lado sin ayuda.

– Ojalá pudiéramos ayudarte – se lamentó el más joven. Pero el único modo posible sería cargarte sobre nuestros hombros a través del río y nuestros votos de castidad nos prohíben todo contacto con el sexo opuesto. Lo lamento.

La mujer comenzó a llorar desconsolada y el monje más viejo se puso de rodillas, y le invitó a subir a sus hombros para cruzar. Cruzaron el río con bastante dificultad, seguido por el monje joven. Al llegar a la otra orilla, la mujer descendió.

– Está bien, – dijo el anciano- Por favor, sigue tu camino.

La mujer se inclinó con humildad y gratitud, y se marchó por el camino del pueblo. Los monjes, sin decir palabra, continuaron su marcha al monasterio…

El monje joven estaba furioso. No dijo nada, pero hervía por dentro: un monje zen no debía tocar una mujer y el anciano no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.

Al llegar al monasterio, diez horas después, el monje joven se giró hacia el otro y le dijo:

– Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de lo sucedido. Está prohibido.

– ¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -dijo el anciano

– ¿Ya te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros – dijo aún más enojado.

El viejo monje se rió y respondió: – Es cierto, yo la llevé. Pero la dejé en la orilla del río, muchos kilómetros atrás. Sin embargo, parece que tú todavía estás cargando con ella…

«SI MIRAMOS EL OBJETO DE NUESTRO APEGO CON UNA SIMPLICIDAD NUEVA, COMPRENDEREMOS QUE NO ES ESE OBJETO LO QUE NOS HACE SUFRIR, SINO EL MODO EN QUE NOS AFERRAMOS A ÉL.» 

MATTHIEU RICARD
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TERAPIA ONLINE – Dependencia emocional

Referencias

Aiquipa J. Diseño y validación del inventario de dependencia emocional – IDE. Revista de Investigación en Psicología 2012;15(1): 133-45.

Castello, J. (2010). Dependencia emocional. Características y Tratamiento.Barcelona: Psicología Alianza Editorial.

Sirvent, C. y Moral, M. V. (2007). La dependencia Sentimental. Anales de Psiquiatría, 23(3), 93-94.

Sirvent, C., Moral, M. V., Blanco, P. y Palacios, L. (2004). Estudio sobre Interdependencia Afectiva el la Población General: Congreso de La Sociedad Española de Toxicomanías. 22 Santiago de Compostela.

Goleman, D. (2006). Inteligencia social. Barcelona: Kairós.

Allan Schore (1994). Affect Regulation and the Origin of the Self: The Neurobiology of Emocional Development. Hillsdale (NJ): Lawrence Erblaum

Un comentario

  1. «Muy interesante»
    Os recomiendo la lectura, describe un problema que ocurre en nuestra sociedad, tanto en hombres como mujeres sin importar edad.

    ¡Gran trabajo Irene!

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