Un cuento para la superación del duelo infantil.

Charly siempre dormía al final de la cama de Tom. Para Tom era tranquilizador verle allí.
Era un gato glotón. Le encantaba acompañar a Tom a la hora de desayunar y pedía alegremente su delicioso plato de pienso. Tom siempre pensaba que Charly sabía disfrutar de la vida.
A Charly le encantaba jugar. Tom le escuchaba correr por el pasillo pisando fuerte con sus patas traseras, haciendo un ruido alegre y provocador. Charly esperaba que Tom le persiguiese para jugar al escondite. Era muy fácil encontrarle, siempre se escondía en el armario, encima de los jerseis de Tom. Su alegría era muy contagiosa a pesar de tener ya 17 años. Cuando jugaba con Charly, Tom creía estar jugando con otro niño -pero no un niño cualquiera- sino el mejor de sus amigos.
El día a día de Charly era muy tranquilo. Le encantaba estar en calma. Tom podía pasar largos ratos a su lado mientras Charly parecía meditar en paz. – ¿Qué estará pensando? ¿Cómo puede pasar tanto tiempo quieto y relajado? – Para Tom era un misterio difícil de descifrar.
Cuando Tom estaba triste, Charly lo sabia. Le miraba atentamente a los ojos y no se separaba de su lado. – ¿Cómo puede notar que hoy no tengo un buen día? –se preguntaba Tom- tiene mucha paciencia conmigo, quizá sabe que hoy no me apetece jugar. Es como si Charly pudiese sentir lo que yo siento-. En esos momentos, Tom no tenía dudas de que Charly le quería.
El perro de tía Mari era un caniche muy fiero. No parecía gustarle mucho entrar en nuestra casa. Siempre ladraba y tiraba de la correa con intención de atacar a Charly. Charly le miraba desde lo alto de la mesa, con un gesto tranquilo y sin ningún miedo. A Tom le sorprendía la Paz de Charly, y deseaba poder tener la misma Paz cuando algo malo le pasase a él.
Aquella mañana, al despertar, Charly no estaba en los pies de la cama de Tom. En la cocina, los platos de pienso estaban llenos, y Charly no contestaba a las llamadas. La mamá de Tom le encontró bajo la mesa, con poca energía y el cuerpo débil. -Vamos al veterinario, no parece encontrarse bien- dijo ella.
Tom pensó que Charly jamás se había puesto malo y que aquello sería una gripe poco importante, pero el veterinario anunció que Charly estaba muy grave.
Durante dos días Charly estuvo en cuidados intensivos tratando de recuperarse de una enfermedad en sus riñones. Tom fue a visitarle al veterinario y Charly le recibió con un suave y tranquilo ronroneo. Tom quiso llorar, pero tenia miedo de que su llanto fuese muy fuerte y decidió tragarse sus lágrimas. – Yo también estoy triste- dijo su madre con lágrimas en las mejillas. Y se dieron un abrazo.
Al día siguiente, Charly murió.
Tom miraba su cama al irse a dormir; Charly ya no estaba allí y no podía creer que tampoco lo estaría al despertar. Tom estaba triste y enfadado. Se hacía a si mismo muchas preguntas que no sabia contestar. ¿Por qué no han podido ayudarle? ¿Cómo puede ser que ya no esté? ¿Habrá tenido dolor? ¿Podría haber yo hecho algo más por Charly?, si tanto me quería, ¿por qué se ha ido?
Durante varios días Tom lloraba a escondidas. No quería que nadie supiese de su tristeza, pues los compañeros del colegio le habían dicho que “solo era un gato”. -Solo Charly sabia ponerse en mi lugar- pensaba. Tom le echaba mucho de menos.
Mientras caminaba por el pasillo, creía sentir como Charly se cruzaba entre sus piernas pidiendo jugar. Pero Charly ya no estaba allí…
El perro de la tía Mari, entraba en la casa sin ladridos y feliz. – ¡Vaya un perro estúpido! – pensaba Tom, y se encerraba enfadado en su habitación hasta que su tía y ese chucho se iban.
Tom quería deshacerse de su tristeza y enfado, pero no podía dejar de pensar en que Charly ya no estaba allí. Quería ocultar sus sentimientos y no quería hablar de Charly, pero su madre sabía cómo se sentía y quiso hacerle un regalo: – Estas son unas gafas mágicas. A través de ellas pueden verse todas las cosas buenas que hay en tu vida- Incrédulo, Tom, se puso las gafas y se tumbó en la cama.

Cerro los ojos y recordó como Charly podía pasar largos ratos en calma. Comenzó a respirar despacio y profundamente. Su tristeza seguía allí, pero poco a poco vio que empezaban a surgir también otros sentimientos como la alegría y el amor. De repente, se dio cuenta de que había alcanzado la Paz que Charly le había enseñado. Estaba quieto, sin pensar en nada, y sintió como Charly se encontraba muy muy cerca de él, pero en un lugar que no podía describir, como un misterio difícil de descifrar.
Al día siguiente, Tom llevó las gafas al colegio. A través de ellas percibió como su amiga Rosa no se sentía muy bien. Tom se acercó a ella y le preguntó si tenía algún problema. Rosa respondió que su abuela estaba en el hospital y que estaba triste y preocupada. En ese momento Tom recordó a Charly mirándole atentamente a los ojos, y no se separó de Rosa en toda la mañana; tal y como Charly le había enseñado. Al finalizar el día, Rosa agradeció a Tom su paciencia y cariño. – Es un regalo tener un amigo como tú, Tom.
Tom comenzó a pensar que las gafas mágicas estaban funcionando. Al llegar a su casa le sorprendió ver al perro de la tía Mari en el salón, y se acercó a él con gesto tranquilo. Al mirarle a los ojos, pudo ver el miedo de ese animal tan pequeño y recordó como Charly le miraba de forma pacífica. En ese momento, volvió a sentirse muy cerca de Charly, como si el gato estuviese realmente allí, en un lugar indescifrable, cerca del corazón de Tom.
La mañana siguiente, Tom y su madre salieron con prisa de camino al colegio. ¡Mamá, he olvidado mis gafas mágicas! -exclamó Tom con gran preocupación- Gracias a ellas he estado en calma, he podido ayudar a una amiga, me he sentido alegre y he tenido más paciencia con el perro de tía Mari. Además mamá, con ellas siento a Charly más cerca de mí…Le echo mucho de menos, pero mis compañeros de clase dijeron que solo era un gato…
Su madre se acercó con gesto tranquilo y contestó; -Tom, las gafas nunca fueron mágicas. La magia está solo en tu capacidad de acercarte a la tristeza con seguridad y confianza. Cuando un ser querido falta nunca se marcha del todo, en nosotros deja sus Regalos más preciados y es nuestra tarea poder mirar desde ellos. Charly te dejó su Paciencia, su Empatía, su Paz y su Sabiduría. Ahora es tu momento de apreciar esas cualidades, practicarlas y disfrutar de ellas. Y… Tom, tienes derecho a estar triste. Charly no era solo un gato…tu has perdido a un gran amigo.
Irene Pacheco
Hablar de la muerte con los niños. Ver post
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Genial escrito, me ha llegado y me sentí muy identificado al leerlo, gracias por compartirlo.
Es difícil hablar con tanta dulzura y sencillez de un tema tan complejo. Me recomendaron su lectura para una amiga que está pasando por un caso similar y estoy segura de que le ayudará. Enhorabuena y gracias¡¡¡
Muy bonita historia, fácil de leer, fácil de comprender, y sobre todo, un aprendizaje que todos debemos asumir, Gracias por una lección de vida y de amor tan maravillosa.