¿Qué nos está pasando? La Crisis COVID-19.

El 2020 no es un año cualquiera, es un momento marcado por la llamada “Crisis del COVID-19”. Ninguno de nuestros sistemas sociales (política, educación, economía, sanidad, familia…) ha sido indiferente a la crisis, y las vidas de gran número de personas se están viendo afectadas por medidas destinadas a paliar la epidemia o por la enfermedad misma. El estrés, la confusión y la tristeza, entre otros malestares, han adquirido gran protagonismo en el día a día, y la mayor parte de la población valora las consecuencias de esta crisis como aversivas o muy perjudiciales.

Somos seres sociales y vulnerables; tenemos gran cantidad de necesidades y dependemos de las demás personas para satisfacerlas (no somos entes aislados). Esta crisis colisiona directamente con nuestra identidad humana y social, no siendo entonces de extrañar que el sufrimiento o el dolor haya aparecido en nuestras vidas.

¿Cómo es nuestra sociedad? ¿Por qué el COVID ha tenido tanto impacto en ella?

  • MATERIALISTA Y VISUAL: Interesa lo que se ve o se puede tocar. Deja a un lado los sentimientos o emociones, en especial si no son agradables. La salud mental o emocional se descuida y se da gran importancia a lo superficial o aparente.
  • SE VALORA LA ACTIVIDAD Y SE RECHAZA EL “NO HACER”: si haces eres, si no haces no eres…Es muy importante la “productividad”.
  • OTORGA GRAN IMPORTANCIA AL CONTEXTO O LAS CIRCUNSTANCIAS. Solemos depender de nuestras circunstancias y dejamos que sean estas quienes determinen nuestro éxito personal     o felicidad. Las personas se valoran a sí mismas y a los demás por lo que tienen (trabajo, amistades, fortuna, belleza…) y no tanto por lo que son.
  • CONFUNDIMOS EL TENER NECESIDADES CON «SER CARENTES»: El sistema educativo y cultural no suele tener en cuenta las necesidades individuales, por ello, de adultos nos cuesta bastante asumir y determinar cuáles son nuestras necesidades reales.
  • NO SE TIENE EN CUENTA LA UNIDAD CUERPO-MENTE-EMOCIÓN.
  • SENSACIÓN DE INVULNERABILIDAD. Se vive de espaldas a la muerte y a la enfermedad.

La crisis del COVID- 19 ha impactado en gran parte de aquello que fundamentaba nuestra estabilidad y equilibrio. Tratamos de acostumbrarnos y sobrellevar esta situación incierta, pero siempre con la vista puesta en el pasado (y en todo lo que por el camino hemos perdido; trabajo, economía, familiares, relaciones, libertades, alegría…), y en el incierto, ansiado y temido futuro. Se trata entonces de un duelo colectivo marcado por el aislamiento, el escaso contacto social y la sensación de hostilidad.

Consecuencias en nuestra salud mental y emocional.

¿Qué ha ocurrido?Consecuencias
-Distanciamiento social.
-Lavado de manos frecuente uso de gel hidroalcohólico.
-Uso obligatorio de mascarilla.
-Confinamiento o restricción de movilidad.
-Disminución de las relaciones y vivencias personales.
-Descenso de las actividades de ocio, cultura y celebraciones.
-Irrupción de la tecnología en todas las áreas de la vida: trabajo, educación, relaciones…
-Dependencia de las gestiones telemáticas y disminución de la atención presencial.
-Crisis financiera. Impacto en la economía personal.
-Aumento de la inestabilidad laboral y el desempleo.
-Información frecuente y cambiante sobre las medidas restrictivas y sobre la enfermedad.
-Diversidad de opiniones e informaciones.
-Incremento de la crisis y conflicto político ya existente.







-Sensación de incertidumbre e inseguridad generalizada.
-Aumento de la desconfianza y la hostilidad hacia los demás.
-Disminución de la empatía, la compasión y las actitudes solidarias (sálvese quien pueda…)
-Percepción de limitación de libertades y derechos.
-Enfado e irritabilidad. -Sentimientos de culpa y miedo al rechazo social. -Intensificación de síntomas o malestares que ya se padecían antes de la crisis.
-Aumento de trastornos: Obsesivo-compulsivo, fobias, ansiedad, depresión, crisis de pánico, pensamiento paranoide, agorafobia, trastornos psicosomáticos, etc.
-Alteraciones en los patrones de sueño y alimentación.
-Aumento de las adicciones.
-Hipocondría y nosofobia: creencia de estar enfermo y miedo a enfermar.
-Sensación de desgaste, desesperanza y desilusión. -Sensación de indefensión o de no tener control sobre la situación y la propia vida.  
-Inestabilidad emocional (sentirse como en una montaña rusa.)
-Pensamiento repetitivo, preocupación y confusión.

Según varios estudios, las consultas de atención psicológica han registrado un gran aumento durante el 2020, siendo la psicoterapia online la más demandada debido a la restricción de movilidad y contacto presencial. Además de tratamientos individuales, cada vez son más las familias que demandan una intervención, como consecuencia de la nueva situación (paro, vuelta de los hijos a casa, conflictos de convivencia, dificultades económicas…).

Son muchas las personas que viven en un estado de ansiedad y confusión respecto a sí mismas y respecto al mundo que les rodea. En una situación tan extraña o anómala como la que vivimos, cualquier sentimiento, pensamiento o reacción, puede ser normal. Esto no implica que no tengamos que pedir ayuda o consejo profesional, sino que se requiere de una mayor compasión, paciencia y tolerancia con nosotros mismos y con los demás.

La vida de los niños y de las personas con diversidad funcional se ha visto considerablemente afectada, siendo preciso realizar un mayor esfuerzo para mitigar las consecuencias de la crisis. La disminución de las interacciones sociales y de la experimentación tiene efectos perjudiciales en su desarrollo psicológico y motriz, así como probables consecuencias al alcanzar la madurez adulta (menor empatía, habilidades sociales y autocontrol). Las dificultades de comunicación afectan con mayor gravedad a ciertos colectivos, por ejemplo, a personas sordas por el uso de mascarilla.

La escasa conciencia previa sobre la importancia de la salud mental y su impacto en la sociedad, supone que no estemos preparados para abordar los nuevos desafíos, y esto se refleja en el agravamiento de cuadros depresivos, de ansiedad, obsesivos o adictivos ya existentes y en la falta de recursos para abordarlos. Lo que no resolvimos en el pasado aparece ahora con gran fuerza debido a la sensación añadida de vulnerabilidad e incertidumbre, y al desinterés social general en lo prioritario y esencial.

El circuito del miedo.

Como en toda crisis, siempre hay quien gane, siendo la industria farmacéutica una de las más beneficiadas por el aumento en la demanda de medicación.

El estrés mantenido y la anticipación de situaciones dolorosas genera que nuestros cuerpos liberen una mayor cantidad de cortisol, también llamada “hormona del estrés”.  Esta hormona se produce para ayudarnos a afrontar las situaciones de tensión, pero cuando el estrés se convierte en crónico, los niveles de cortisol se mantienen siempre altos, lo que equivale a decir que nuestro cuerpo está en un estado de lucha o pelea interna y todos los sistemas, indispensables para la supervivencia, no funcionan con normalidad.

El cortisol alto, provocado por el estrés continúo, tiene efectos negativos en la función celular y en el sistema inmune, aumentando la probabilidad de sufrir enfermedades físicas (trastornos de tiroides, demencia, enfermedades respiratorias, cardiacas, autoinmunes, gastrointestinales, dermatológicas…). También pudiera ocasionar el síndrome de fatiga crónica y depresión, como una respuesta a la alta activación corporal interna

La medicación es útil para paliar los efectos físicos y emocionales del miedo, pero nunca podrá abordar sus causas. Debido a nuestra necesidad de “estar bien” y “ser productivos”, percibimos nuestras emociones y sentimientos como una amenaza para nuestra felicidad y nuestro día a día, pero estos “síntomas indeseados” puede que solo sean el aviso de que nuestro circuito de miedo esta activado, de que estamos viviendo bajo una tensión que, en la mayoría de las ocasiones, es generada por nuestro sistema de pensamiento y percepción.

Hacerse consciente de que hemos caído en las redes del circuito del miedo no es sencillo, y tampoco lo es salir de ellas. Romper el bucle puede suponer tener que transitar un camino de crecimiento personal, un cambio en “quienes creemos ser” o en nuestras vidas.

Esto no resulta sencillo, ya que nos aferramos firmemente a nuestra identidad y nuestras “maneras”, y plantearse hacer cambios vitales es también un gran generador de miedo (se precisan recursos, tiempo, dinero, disposición, valentía…). Es por ello por lo que el “no cambio” o el cambio farmacológico (químico) es la elección de muchas personas. La cara amarga de esta elección es que cierto tipo de medicaciones generan dependencia, tienen efectividad solo a corto plazo y, lo más importante, impide que desarrollemos los recursos personales para hacer frente a la crisis. El médico de cabecera puede recetar este tipo de medicaciones, pero siempre es recomendable que un profesional de la salud mental valore si son adecuadas para cada caso.

¿Podría ser la crisis una oportunidad para el cambio social y personal?

“Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro.»

Santiago Ramón y Cajal.

Muchas personas están haciendo cambios en su día a día, en sus relaciones, trabajos, estudios y actitudes. Estos cambios han surgido gracias a un periodo de dudas, confusión y cuestionamiento personal propiciado por el “parón” de actividad. Aquello que se “movía”, hoy está parado (de forma temporal o definitiva), lo que antes “funcionaba”, quizá ya no vuelva a hacerlo de la misma manera.

¿Qué nos enseña la situación nueva?

-Tu salud mental importa. Algunas personas que finalmente se deciden a pedir ayuda psicológica verbalizan que no lo han hecho antes por miedo a verse a sí mismos como “locos” o necesitados. Tampoco han leído libros de ayuda, aprendido técnicas de relajación o meditación por considerarlos para gente débil. Rompamos de una vez el estigma y la idea de que la salud mental solo tiene que cuidarla quien está “mal”. Cuidar la salud mental es un acto de amor propio que, de paso, repercutirá en las vidas de los demás.

-El dolor es parte de la vida y no aceptar esta realidad genera sufrimiento. Existe un sufrimiento innecesario cuando no abordamos el dolor de la manera adecuada. El pesimismo excesivo, el rechazo a la situación, la autocrítica, la culpa y la desvalorización propia a la hora de afrontar las situaciones difíciles, se convierten en una fuente añadida de dolor emocional.

Nuestra paz y felicidad no la determina el contexto. Si las situaciones fueran las causantes directas de nuestras emociones, todas las personas nos sentiríamos y actuaríamos igual ante un mismo evento, pero esto no ocurre así. La forma en la que registramos y procesamos la información en nuestro cerebro es lo que determina el impacto que una situación tendrá en nuestra vida. Nuestra manera de percibir se consolida y automatiza a lo largo de los años a través de las diferentes experiencias vividas. Esto no significa que uno sea el “culpable” de cómo se siente, sino que, nuestra forma de sentir y actuar está mediada por un conjunto de variables, que, por suerte, si pueden modificarse. Es una buena noticia, una puerta abierta a la libertad personal que podemos elegir cruzar.

En las personas sanas, las emociones llamadas negativas son útiles y necesarias para adaptarse a una situación difícil. Rechazarlas solo genera mayor estrés. Observa el dolor que sientes cada vez que te planteas que lo que sientes no es lo que deberías estar sintiendo, y el autorrechazo que existe tras esta idea.

-Tienes derecho a escuchar y cubrir tus necesidades, aunque a veces no actúes de la forma en que “se debería” actuar, de manera inesperada para alguien, o sin complacer el deseo de otros. Cubrir nuestras necesidades de manera sana genera emociones agradables y útiles para hacer frente a situaciones dolorosas.

Para finalizar, te propongo unas preguntas de reflexión y una propuesta personal a realizar.

REFLEXIÓN

¿Qué implica para mi esta crisis?, ¿Cómo ha impactado en mi vida y en mi personalidad?, ¿Cuáles son mis nuevas sensaciones?, ¿Qué malestares ya existentes se han acentuado?, ¿he vivido alguna situación parecida en algún momento de mi vida? ¿cuál?,¿qué es lo que más temo y por qué?, ¿ha beneficiado la crisis algún ámbito de mi vida?, ¿me he dado cuenta de algo en esta crisis?, ¿Qué acciones he tomado para sentirme mejor? ¿Cuáles podría tomar aun?

PROPUESTA EJEMPLO
-Pedir ayuda si la necesito. Expresar los sentimientos.
-Reducir las expectativas de futuro. Aprender a vivir y valorar el momento presente.
-Involucrarme en actividades artísticas y creativas, dejando a un lado la necesidad de “ser productivos” o llenar el tiempo.
-Fomentar emociones agradables a través de la música, el humor, el diálogo, etc.
-Aprender técnicas como meditación, mindfulness, yoga o relajación.
-Realizar ejercicio físico. Cuidar la alimentación y el sueño. Disfrutar en lo posible las horas de sol y el aire libre.
-Crear una rutina diaria flexible.
-Fomentar el dialogo positivo conmigo mismo, disminuir el juicio y la autoexigencia.
-Aprender a ver cada problema como un reto o una oportunidad.
-Conocer mejor mis talentos y potenciar aquello que puedo aportar a los demás.
-Disminuir la exposición a la información; menos tiempo de televisión o redes sociales.  

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